lunes, 2 de mayo de 2016

La damnatio memoriae

Entre los romanos era relativamente habitual la damnatio memoriae. Al morir una persona que había sido considerada enemiga del Estado por parte de la autoridad, se decretaba la condena de su recuerdo: se retiraban o se destruían sus imágenes; se borraba su nombre de las inscripciones en que figurase, o se condenaba explícitamente su nomen con la prohibición de usarlo a otros miembros de la familia.

Pongamos el caso de un emperador romano. Durante su gobierno los habitantes del Imperio le homenajeaban con manifestaciones artísticas, como estatuas, que se erigían sobre un pedestal en el que se esculpían inscripciones referentes al emperador y a sus méritos políticos. La estatua se colocaba en un lugar público, allí donde fuera visible.

Supongamos ahora que este emperador tuviera una muerte violenta y su sucesor no le tuviera mucho aprecio. En este caso, una buena forma de que el nuevo emperador consiguiera prestigio y consolidase su posición podía ser eliminar cualquier imagen o vestigio del emperador anterior.
Muchos emperadores sufrieron procesos de esta clase. Domiciano, por ejemplo, fue asesinado por la forma despótica con que había ejercido el poder al final de su mandato; el Senado decretó que se destruyeran sus imágenes y se condenase su memoria, según narra Suetonio:

Los senadores […] acudieron todos a la sala de sesiones y cada uno profirió, entre las aclamaciones de los otros, las peores injurias contra él. Mandaron traer escaleras, arrancaron sus bustos y los escudos de sus triunfos, desmenuzándolos contra el suelo, y decretaron, finalmente, que en todas partes fuesen borrados sus títulos honoríficos y abolida su memoria.

Las damnationes no solo afectaban a los emperadores. Tácito nos cuenta que un magistrado llamado Cneo Calpurnio Picón, al que hicieron responsable de la muerte de un sobrino del emperador Tiberio, se suicidó. A continuación, un cónsul propuso borrar su nombre de los documentos oficiales, confiscar sus bienes y privar a sus hijos de su nombre. Otros casos fueron más salvajes: así, el cuerpo del emperador Heliogábalo fue lanzado al río Tíber después de la condena de su memoria.